La raclette es mucho más que un simple plato suizo; es una auténtica experiencia gastronómica que combina tradición, sabor y convivialidad. Originaria de las regiones alpinas de Suiza, la raclette debe su nombre al queso semiduro que es el protagonista indiscutible de esta receta. En su forma más tradicional, el queso raclette se coloca cerca del fuego o se calienta en una máquina especial hasta que comienza a derretirse. Luego, se raspa (de hecho, “racler” en francés significa raspar) el queso derretido directamente sobre patatas cocidas, creando una deliciosa capa de queso fundido que se complementa con el crujiente de los encurtidos, como pepinillos y cebollas pequeñas, que aportan un contraste de texturas y sabores.
Este plato no solo es un festín para el paladar, sino también una celebración de la camaradería. Tradicionalmente, la raclette se disfruta en reuniones familiares o con amigos, donde el proceso de derretir y servir el queso se convierte en un evento central de la comida. Además, la raclette es adaptable; en muchos lugares, se acompaña también de carnes curadas, como jamón o salchichas, y una variedad de verduras, permitiendo a cada persona personalizar su plato.

El origen de la raclette se remonta a los pastores suizos, quienes, durante los fríos inviernos, derretían queso junto al fuego para acompañar las patatas y encurtidos que llevaban consigo. Hoy en día, la raclette ha trascendido fronteras y se ha convertido en un símbolo de la hospitalidad suiza, disfrutado en todo el mundo. Así que la próxima vez que te sientes a disfrutar de una raclette, estarás participando en una tradición culinaria que ha calentado corazones y estómagos durante siglos.
