¿Sabías que? El croissant es mucho más que un simple pan; es un símbolo de la gastronomía francesa y un placer para los amantes de la pastelería. Este delicioso pan en forma de media luna, elaborado con masa hojaldrada, tiene una historia fascinante que trasciende las fronteras de Francia. Aunque hoy en día es sinónimo de desayuno parisino, el croissant tiene sus orígenes en Viena, Austria, donde se conocía como “kipferl.” La versión francesa del croissant surgió en el siglo XIX, cuando panaderos franceses adaptaron la receta vienesa, creando una masa más ligera y aireada mediante el uso de múltiples capas de mantequilla y harina.

El proceso de laminado de la masa, donde se alternan capas de mantequilla y masa, es lo que da al croissant su textura característica: crujiente por fuera y suave por dentro, con un sabor rico y mantecoso que se derrite en la boca. Este método de preparación es laborioso y requiere habilidad, lo que hace que cada croissant sea una obra de arte en sí misma. Con el tiempo, el croissant se ha convertido en un favorito mundial, adaptándose a diferentes paladares con versiones rellenas de chocolate, almendra, jamón y queso, entre otros.

Más allá de ser un desayuno tradicional, el croissant es un ejemplo perfecto de cómo la pastelería puede reflejar la historia, la cultura y el arte culinario de una nación. Su forma distintiva de media luna, su sabor inconfundible, y su versatilidad lo han convertido en un icono de la cultura francesa y en un placer irresistible para personas de todas partes del mundo.